Recordando Nuestra Historia
+ + + La inmigración asiática hacia el Perú se dió en masa a partir del año 1849 durante el primer gobierno de Ramón Castilla +++ Posteriormente llegarian los japoneses al puerto del Callao en 1899 durante el gobierno de Piérola.  Podemos deducir rápidamente que el Perú fué también un país de inmigrantes en años pasados. Actualmente lo somos nosotros. La palabra "Chifa" signfica Comer en castellano, y se pronuncia: schieu-fá (chi-fa) +++ Si tienes algún comentario acerca de este tema, no dudes en escribirnos + + +
 
INTRODUCCION Reconstrucción de dibujo de peces entrelazados: Encontrado en un mural del edificio principal
de Cerro Culebra, bajo Chillón (Lima).
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verflechtenden Fischen: Gefunden auf einem Mauer
des Hauptempels von Cerro Culebra, bajo Chillon (Lima-Peru)
Inmigración...
de chinos
de japoneses
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that was found in the wall in the main temple in Cerro Culebra, bajo Chillon (Lima-Peru)
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Comentario: El objetivo que tenemos al mencionar esta parte de nuestra historia, es entender los procesos de inmigración e integración, dentro de una sociedad nueva para nosotros y asi poder evitar conflictos innecesarios que nos puedan perjudicar dentro de esta. En nuestro caso, dentro de la sociedad alemana. Este objetivo (muy aparte de refrescar conocimientos), se basa en la similitud del proceso de integración, que asi como los asiáticos y europeos que llegaron al Perú, todos nosostros estamos pasando, tenemos que pasar y vivir en carne propia, lo que es salir de nuestro país, por "X" motivos.

Estamos convencidos, de que con el estudio asiduo de la lengua como puerta de acceso en primer lugar, la debida información en los diferentes aspectos legales y la participación mancomunada (peruanos y alemanes) en actividades culturales, sociales y deportivas, se obtendrá como resultado, que el nuevo individuo se adapte e integre rápidamente a la sociedad. Cumpliendo este tipo de acciones, se producirá automáticamente el efecto de reciprocidad (lo llamo personalmente, el "Wechselseitig-Effekt), en donde ambos actores, aprenderán uno del otro y por consecuencia no solo se enriquecerán de conocimientos entre ellos mismos, sino que también se realizará una lenta reacción en cadena (verzögerte Kettenreaktion) hacia otros actores (Mitmenschen), donde en el transcurso del tiempo, gran parte de la sociedad se verá enriquecida por parte de los conocimientos de estos.

De esta manera se fortalecerán satisfaccioriamente dos factores de gran relevancia, que estoy seguro son importantísimos en la vida cotidiana y conjunta (Zusammensein) del originario (Inländer) y del nuevo habitante (Neo-Bewohner): La comprensión, y más importante y antes que esta: La Tolerancia.

Es importante mencionar, que el que acoge (Estado) debe ofrecer las garantias necesarias para una adecuada y pronta integración del acogido. Es obligación del acogido, en su único interés y solo a su favor informarse
A TIEMPO acerca de estas medidas y tomar aquellas que por derecho le correspondan.  C.M.

República Oligárquica (1850-1950):  La Inmigración Asiática en el Perú

Fuente: Tomo Historia del Perú - Lexus: Juan Orrego, Historiador y Profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Es evidente que la presencia de los asiáticos (chinos y japoneses) en el Perú ha sido fundamental en la configuración de la moderna sociedad peruana. Los que llegaron inicialmente y sus descendientes jugaron un papel importante en la transformación de la economía y cultura nacionales; incluso en el campo político.

Los chinos llegaron a partir de 1849 a cumplir una cruel e injusta labor en las islas guaneras y las haciendas costeñas; los japoneses, dentro de otro esquema de inmigración, llegaron por familias desde finales del siglo pasado a colonizar tierras vacías o a trabajar en el agro costeño, y que pronto se convirtieron en un grupo dinámico dentro del pequeño comercio urbano. Ya en el presente siglo llegó, poco a poco, otro contingente de chinos pero ya reunidos en familias, en una inmigración radicalmente opuesta a la de los coolíes del siglo XIX.

Las habitaciones de los trabajadores chinos en las islas de
Chincha, hacia la segunda mitad del siglo XIX. Al abolirse la esclavitud se inició la importación masiva de culíes chinos,
quienes desarrollaron sus actividades en duras condiciones, como puede apreciarse en esta fotografía

A partir de la década de 1850 los trabajadores chinos fueron reemplazando a los esclavos negros en las haciendas de la costa. La presencia de estos miles de inmigrantes o “colonos chinos” –coolíes– como eufemísticamente se les llamó, fue consecuencia de la necesidad de un mayor número de trabajadores por parte de los propietarios de la costa peruana.

De esta forma se iniciabala solución a la permanente, y tantas veces denunciada por los hacendados, escasez de mano de obra para la agricultura costeña (Stewart 1976; Rodríguez Pastor 1989).


Los propietarios percibieron de inmediato los beneficios del trabajo de los coolíes en las haciendas. Con el conocimiento ancestral que tenían del trabajo agrícola y con su esfuerzo físico permitieron el notable incremento de la producción en las plantaciones de caña y algodón.

Los capitales surgidos del guano y la favorable coyuntura del mercado externo fueron parte confluyente que permitió la modernización y el enriquecimiento de la elite nacional. Por ello, a pesar de las prohibiciones legales del Estado peruano (como en 1853) y de las protestas internacionales, la llegada de los coolíes al Perú fue continua y creciente.

Y en este interés no sólo se encontraban los propietarios agrícolas sino también los contratistas que vieron en el tráfico de estos semiesclavos un negocio bastante lucrativo. De este modo, entre 1849 y 1869 llegaron alrededor de 50 mil coolíes y entre 1870 y 1874 fueron desembarcados otros 50 mil.

Watt Stewart, autor de un libro sobre la “servidumbre china” en el Perú, consigna las siguientes cifras:

Llegadas de Chinos, 1850-1874

Llegadas de Chinos al Callao, 1860-1870

Llegadas de Chinos al Callao, 1860-1870

Decimos que fue un sistema de semiesclavitud no sólo por las duras condiciones de trabajo que debían soportar los coolíes en las haciendas de la costa. Los malos tratos se iniciaban desde la colonia de Macao en la China hasta su llegada al Callao. En esa infernal travesía, que demoraba unos 120 días, los coolíes eran transportados en unas embarcaciones que no reunían las mínimas condiciones adecuadas de higiene; además de encontrarse hacinados, muchos morían o se suicidaban en el viaje.Las siguientes cifras muestran la cantidad de chinos que murieron durante sus viajes entre 1860 y 1870.

La penuria continuaba en el Perú. El trato generalizado entre los hacendados –de manera directa o a través de sus capataces– era la continuación del trato a los esclavos negros. El uso de cadenas, cepos, látigos, cárceles, el torturante celibato, la exigencia opresiva del cumplimiento de la tarea o del horario de trabajo y el diario encierro nocturno en los galpones, fue algo cotidiano.


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Sin embargo, como en tantas épocas de la historia, los chinos también crearon sus propios mecanismos de resistencia y rebelión ante un sistema harto opresivo. Algunas fueron acciones individuales, otras colectivas pero casi nunca masivas. Con los chinos vuelven el cimarronaje o fuga, los tumultos, las rebeliones y los asesinatos. También aparece el suicidio como actitud de protesta. En efecto, muchos terminaron por quitarse la vida, aunque otros murieron debido al desgaste físico, la mala alimentación o al efecto de alguna epidemia o enfermedad. Para uno de los más importantes estudiosos sobre la presencia china en el Perú, Humberto Rodríguez Pastor (1989), no es operativo considerar a los coolíes como esclavos, trabajadores alquilados, siervos o asalariados; resulta mejor calificarlos como semiesclavos porque según los contratos de trabajo:

1. Las obligaciones que tuvieron con los primeros patrones estuvieron regidas por normas contractuales mutuamente exigidas y controladas.
2. El trabajador chino no era propiedad de un patrón al que podía dejar al momento que finalizaba su tiempo obligatorio precisado en su contrato, y si le era conveniente aceptaba de manera voluntaria recontratarse.
3. En la sociedad peruana no había condiciones para que continuara reproduciéndose la esclavitud que, por lo demás, daba muestras de finalizar desde antes de que se iniciara el siglo XIX. En efecto, había un nivel que era el contractual y otro el de la realidad. Los contratos tuvieron una relativa importancia porque de alguna manera dieron pautas y definieron obligaciones entre los chinos semiesclavos y los patrones.

Los coolíes debían trabajar durante 8 años para sus patrones –ya sea como cultivadores, hortelanos, criados, pastores o trabajadores en general– por el pago de 1 peso semanal; diariamente se les repartía una libra y media de arroz y una cantidad de carne o pescado (de cuando en cuando recibían un camote o un choclo para matizar el arroz), y anualmente se les entregaba una frazada y dos vestidos. Por lo general, no se respetaba el descanso dominical.

De otro lado, era común encontrar en las grandes haciendas del norte una tienda –tambo– donde el coolí, si tenía los medios o las ganas, podía comprar tocino, té, pan o pescado para mejorar su magra ración; asimismo, podía encontrar el tradicional opio, conseguido por comerciantes, y fumarlo como pasatiempo o para escapar momentáneamente de su cruel situación. El cuadro de a lado muestra la cantidad de opio importado durante este período:

OPIO VENDIDO POR INGLATERRA AL PERÚ 1855-1879

OPIO VENDIDO POR INGLATERRA AL PERÚ 1855-1879


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Al momento de finalizar el contrato, pocos fueron los propietarios que pudieron retener a sus coolíes por el sistema de “recontrata”. Muchos de los que salieron de sus haciendas sólo retornaron a ellas como trabajadores o peones libres; otros como “enganchados”. Los primeros eran llamados “chinos libres” porque trabajaban por una cantidad de dinero y en cualquier momento podían dejar la hacienda. En cambio, los “enganchados” no dependían directamente de la hacienda sino de un chino “enganchador” (muchos de éstos, al explotar a sus propios paisanos, acumularon dinero y se enriquecieron).

Los que no siguieron vinculados a la agricultura, con el poco dinero ahorrado se dedicaron al comercio dentro o fuera de las haciendas. Algunos establecían tiendas donde vendían a los coolíes el opio o los alimentos que complementaban su ración diaria. Los que no escogían este camino incursionaban en los pequeños pueblos de la costa, sierra o selva, integrándose paulatinamente –no sin muchos problemas de rechazo por el racismo existente ante ellos– a la vida nacional.

Al fin pudieron formar familia, aunque sin abandonar sus patrones culturales tradicionales que los identificaban. Ya desde antes, incluso dentro del trabajo en las haciendas, los coolíes mantuvieron y recrearon su cultura original. Los hacendados no reprimieron esto y dejaron a sus trabajadores asiáticos seguir practicando su religión, celebrar sus fiestas ancestrales (como el Año Nuevo chino) o fumar opio. Otra de las labores que debieron cumplir los coolíes en el Perú fue la extracción del guano en las islas de Chincha. El 15 de octubre de 1849, un mes antes de que se promulgara la ley de inmigración (más conocida como “ley china”), la embarcación danesa “Federico Guillermo”, al mando del capitán N. Paulsen, ancló en el Callao con 75 colonos chinos traídos por los socios Domingo Elías y Juan Rodríguez.

El gobierno, a pesar de que en ese momento no había promulgado la ley, les pagó la comisión de enganche que contemplaría el dispositivo. Luego, Elías obtendría del gobierno el negocio del “carguío del guano” en las islas Chincha (1849-1853) y emplearía principalmente a los coolíes en este trabajo. Con seguridad, esos primeros 75 colonos fueron llevados a las islas Chincha.

Un informe rendido en 1853 señalaba que entre el total de trabajadores, unos 800, había 600 coolíes. A cada uno se le asignaba una cuota de 4 toneladas diarias de guano para entregar al borde de las escolleras y por esa cantidad recibían 3 reales diarios (8 reales eran 1 peso); de este jornal se les retenía 2 reales para su ración de comida.

El informe describía los frecuentes azotes que se daba a los coolíes y reconocía que no pasaba día sin que se produjera un intento de suicidio (se arrojaban de los acantilados en la creencia, según alguna mitología de la época, de que resucitarían en su propio país); también se produjeron algunos motines (1866 y 1867). Para el empresario guanero, el trabajo de los coolíes daba apetecibles ventajas: abundante número, menor costo relativo, disponibilidad total y la posibilidad casi impune de ejercer sobre ellos la máxima explotación.

Según Cecilia Méndez, “las condiciones de los asiáticos sólo parecieron experimentar una mejora en el transcurso de los setenta, cuando las islas de Chincha cedieron un lugar protagónico a las islas Lobos y a los depósitos del litoral tarapaqueño. Según los testimonios, el trato siguió siendo muy duro, pero se había logrado un alza significativa en el nivel salarial. Entre 1875 y 1877, los chinos contratados por la Empresa del Carguío en el Pabellón de Pica y Punta Lobos percibían un jornal de dos pesos diarios, lo que suponía un notable incremento en relación a los ocho pesos mensuales de veinte años atrás.

Población Asiática en las Islas de Chincha

POBLACIÓN ASIÁTICA EN LAS ISLAS CHINCHA

Por otro lado, también en el transcurso de esta década, y acaso como producto de sus propias movilizaciones en las haciendas, principalmente, los chinos accedieron a una serie de reivindicaciones, como el derecho a descansar los domingos, la regulación de un horario de trabajo y el pago de horas extras” (1987: 32).

A pesar de la dureza del trabajo, los chinos también lograron ganar un espacio para reproducir sus tradiciones y su cultura: ya a mediados de los cincuenta habían logrado implementar un teatro en las islas de Chincha en el cual hacían sus representaciones en las vísperas y días festivos; acaso la misma gravedad de su sufrimiento alimentó esos vínculos comunitarios. El cuadro de la izquierda nos muestra la población asiática en las islas de Chincha durante el período del guano:

Hacia finales de la década de 1860 la inmigración china afrontó algunos problemas serios a nivel internacional. En 1869 hubo abiertas quejas del exterior y los informes daban suficiente evidencia de que se trataba de una forma camuflada de esclavitud.

Aunque se abrió una polémica periodística en los Estados Unidos, el gobierno chino no protestó pues consideraba a los emigrantes como “apátridas”. Sin embargo, el gobierno peruano, con la mediación de los Estados Unidos, buscó afanosamente el establecimiento de relaciones diplomáticas con China, tarea difícil debido al reiterado aislamiento de los países asiáticos. También la Gran Bretaña repudiaba el tráfico chinero.

Pero el escándalo se agudizó cuando en 1872 la embarcación peruana “María Luz”, que traía coolíes, fue retenida en un puerto japonés. Todo comenzó cuando un chino escapó de la embarcación a nado y se refugió en un buque británico en el puerto de Yokohama, denunciando los malos tratos de que eran objeto los emigrantes en el “María Luz”. De esta forma, el gobierno japonés embargó el buque, su tripulación y su carga humana.

Este hecho, de gran repercusión internacional, obligó al Perú a modificar las condiciones de inmigración y a enviar una misión diplomática a China. El jefe de la misión fue el marino Aurelio García y García, nombrado representante diplomático ante los gobiernos de China y Japón. De este modo se establecieron nuevas pautas para la inmigración libre de chinos. Los últimos coolíes llegaron en 1874. Luego de la guerra con Chile, la población de origen chino se diversificó en las áreas urbanas y rurales de la costa.

En Lima funcionaban ya varios teatros chinos, porque “ocurría que la mayoría de los migrantes, aun aquellos que lo hicieron bajo penosas condiciones contractuales, había cumplido sus compromisos y se encontraba establecida libremente en el Perú.


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A pesar de esa visible adaptación a la vida del país, durante la guerra hubo saqueos de comercios chinos, pero también rebeliones de trabajadores chinos en haciendas diversas. Después de finalizado el conflicto, las condiciones variaron y la población migrante china se integró plenamente a la vida peruana” (Pease 1993: 250).

En este sentido, los chinos no sólo adoptaron patrones culturales del Perú, también transmitieron y propagaron su herencia cultural en esta sociedad que les era extraña. Ya antes, desde la década de 1870, su integración social había comenzado. En 1878 un grupo de chinos se hizo presente en las celebraciones del día patrio, el 28 de julio.

Una delegación felicitó al presidente de la República el 2 de agosto, aniversario de su toma de mando, como también el 9 del mismo mes, día de su cumpleaños. De otro lado, en Lima ya existían ricos comerciantes. Un periódico dijo de la casa Wing on Chong que “se habían hecho apreciar por la abundancia, la variedad, la opulencia de sus productos, y por los precios bajos y el buen trato que dispensaban a sus clientes” (citado por Stewart 1976: 177).

Delcia Fung

El centro comercial chino comenzó a ser la calle Capón donde, además, se instalaron los “chifas” más importantes, donde se servía la comida chino-cantonesa ya con algunos añadidos de ingredientes peruanos. Por los barrios mesocráticos comenzó a ser popular el chino bodeguero, el “chino de la esquina”.

Ya en el presente siglo, centenares de chinos llegaron bajo nuevos términos –muchos por familias– y, al igual que los descendientes peruanos de los coolíes, siguieron enriqueciendo la cultura y el mestizaje nacionales.

¡Al levés!

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Los inmigrantes japoneses en el Perú

Los japoneses llegaron al Perú en condiciones distintas. Incluso la legislación que promovía su inmigración fue radicalmente opuesta a la que rigió para los chinos y se inició luego de que el Perú estableciera relaciones diplomáticas con el Japón. Desde 1897 había un representante japonés en el Perú y al año siguiente se propuso promover la inmigración de los nipones para el trabajo en las haciendas de la costa.


El empresario peruano que interesó a la Compañía Japonesa de Inmigración Marioka (cuyo gerente era Teikichi Tanaka) fue Augusto B. Leguía. El primer grupo oficial de 790 colonos llegó al Callao en 1899 durante el gobierno de Piérola y, a lo largo del Segundo Civilismo, siguieron llegando; en 1909 había más de 6 mil y en 1923 llegaron 18 mil; la mayoría permaneció en el país, registrándose un bajo número de retornos (Morimoto 1979).

A los japoneses primero se les contrataba para trabajar durante cuatro años en alguna hacienda, fijándose el salario en libras esterlinas (dos y media mensuales), aunque podía ser abonado en moneda nacional; además, en el contrato se fijaba una jornada máxima de trabajo de 10 horas, alojamiento y asistencia médica.

Los inmigrantes debían tener una edad fluctuante entre los 20 y los 25 años. Luego vendrían otros que se establecieron en la región amazónica, especialmente en la zona cauchera de Madre de Dios (Tambopata).

A partir de la caída de Leguía la inmigración se amplió y las actividades de los japoneses se diversificaron, consolidando una importante colonia. Al término de su contrato, muchos abrieron pequeñas industrias o comercios, llegando algunos a ser importadores como Shotai Kilsutami, quien procedía de San Francisco y que en 1905 abrió una fábrica de muebles en Arequipa.

Cuando la primera guerra mundial, Kilsutami era propietario de un barco y entró al negocio de alfombras; pero con la crisis luego de la guerra quebró, y la depresión lo llevó a la muerte (1925).

Sin embargo, al inicio de la década de 1930 el diario La Prensa inició una campaña destinada a llamar la atención del gobierno sobre el “peligro” que entrañaba la presencia crecida de los súbditos del Imperio del Sol Naciente.



Es así que en 1936, el gobierno de Benavides limitó el ingreso de japoneses al país. Alberto Ulloa, ministro de Relaciones Exteriores, refrendó el decreto que decía: “El aumento de la inmigración japonesa y las actividades desarrolladas por estos inmigrantes habían venido creando en el Perú en los últimos años un malestar social, porque las condiciones y métodos de trabajo de esos inmigrantes producían una competencia perjudicial para los obreros e industriales peruanos.

Tales actividades tenían, además, proyecciones marcadas con los fuertes caracteres del nacionalismo japonés, en los órdenes económico, espiritual y en las costumbres.

Aquel malestar se reflejaba principalmente en las clases populares, por la tendencia de los inmigrantes japoneses al monopolio de algunas pequeñas industrias y ocupaciones de obreros y artesanos” (citado por Pinilla 1971: 224).


Como vemos, se trata en realidad de una “queja” de los peruanos ante la disciplina y laboriosidad inherentes al espíritu nipón. El texto limitativo a la inmigración (fijaba un tope de 16 mil extranjeros por cada nacionalidad) fue considerado inamistoso y lesivo a los intereses de la colonia nipona en el Perú, y así lo hizo saber la representación japonesa en Lima. La Cancillería rechazó la protesta.

El decreto de 1936 fue un escollo para el progreso de la inmigración y actividades japonesas. El problema se agudizó cuando estalló la segunda guerra mundial y Japón pasó a formar parte del Eje Roma-Berlín-Tokio. El gobierno de Manuel Prado, en una actitud tan inexplicable como tonta, le declaró la guerra al Eje, solidarizándose con los Estados Unidos.

También circuló por Lima la absurda versión de que los japoneses pretendían apoderarse del Perú y que todos los negocios regentados por los individuos de esa nacionalidad se habían convertido en unos arsenales de guerra.

En mayo de 1939 hubo un saqueo popular de estos establecimientos que originó la protesta de la legación japonesa ante la Cancillería de Lima. Pero todo no quedó allí. Cuando Japón atacó la base norteamericana de Pearl Harbor en diciembre de 1941, Prado dispuso la inmovilidad de los fondos de sociedades o individuos japoneses.

La represión del gobierno peruano a pacíficos e indefensos japoneses fue lamentable y muchos considerados “peligrosos” fueron enviados a los Estados Unidos; pronto hubo ruptura de relaciones diplomáticas.

Afortunadamente, luego de la guerra mundial, razones de humanidad obligaron al Estado peruano a autorizar la vuelta de muchos desterrados entre 1942 y 1943, quienes habían dejado familia y algunos negocios (Pinilla 1971).


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EL DESARROLLO DE LA INMIGRACIÓN EUROPEA

Para las expectativas de los nuevos gobernantes de América Latina tras la independencia la población no era ni suficiente ni estaba calificada para construir sobre ella pujantes naciones. Existía, por una parte, un absurdo racismo frente a los aborígenes o mestizos, que se vieron todavía más marginados, y por otra, un excesivo deslumbramiento ante el “progreso” europeo.

Por ello, el intento de “europeización” de América Latina se debió a la iniciativa de las elites dominantes, atraídas por los adelantos técnicos y el creciente poderío de Inglaterra y los modos de vida, progreso intelectual y refinamiento franceses. Asimismo, la aplicación de la técnica a la producción y a las comunicaciones hizo posible la divulgación de la cultura europea: la prensa, revistas especializadas, libros, compañías de teatro, música y conferenciantes llegaron en un menor tiempo a América Latina, cuyas oligarquías, considerando a París el ombligo del mundo, se trasladaron con mayor frecuencia al Viejo Continente.

Poco a poco se identificó a Europa como la cuna de todos los progresos y europeo fue símbolo de civilizado. Aunque las nuevas elites fomentaron la llegada de inmigrantes europeos desde la década de 1820, no se puede hablar de políticas migratorias hasta mediados de siglo: el caudillismo y la crisis institucional imperantes alejaban cualquier intento de inmigración masiva a América Latina. La oportunidad se presentó pasada la mitad de siglo, cuando el poder político se institucionalizó inaugurando un período menos azaroso. Los gobernantes reverdecieron su antigua fe en la inmigración.

“Gobernar es poblar” escribió Alberdi, el estadista argentino. La economía inició su despegue en el último tercio del siglo XIX, despertando condiciones atractivas para el movimiento transoceánico (Sánchez Albornoz 1976). A ello también contribuyó el fuerte crecimiento demográfico de Europa, donde, si bien las naciones industrializadas pudieron absorber el excedente poblacional, no sucedió lo mismo con los países del área mediterránea (Italia, España y Portugal), cuyas economías no permitieron ofrecer tantos puestos de trabajo. De ahí que el componente humano llegado por entonces (atraído por la esperanza de “hacer la América”) fuera principalmente latino y eslavo, siendo las áreas escogidas Brasil, Cuba, Uruguay y Argentina y, en menor proporción, México, Perú, Venezuela y los países centroamericanos.

Según algunas cifras, en la década de 1860 a 1870 llegaron a América Latina 50 mil europeos al año; en 1885 la cifra se multiplicó a 250 mil anuales, cantidad que se mantuvo hasta 1914. Entre 1880 y 1930, unos 3 400 000 inmigrantes se establecieron en Argentina, 3 300 000 en Brasil y 630 000 en Uruguay. En Cuba, entre 1902 y 1929, llegaron unos 800 mil españoles. Es importante aclarar que si bien algunos europeos pasaron a engrosar la población rural, la mayoría permaneció en las ciudades. El trasvase de un continente a otro equivalió en buena medida a una vigorosa migración del campo a la ciudad: del campo europeo a las ciudades latinoamericanas.

De este modo, la urbanización de América Latina cobró un fuerte impulso. A partir de 1930, debido a la gran crisis mundial, los gobiernos latinoamericanos cerraron las puertas a la inmigración, que sólo abrieron en algunos casos puntuales, como el de los exiliados republicanos españoles (México).

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PERÚ, DESDE LA INDEPENDENCIA HASTA 1850

El 7 de octubre de 1821 el general San Martín expidió un decreto concediendo entrada libre a los extranjeros; se les ofrecía la misma protección que a los ciudadanos locales y se les daba amplia libertad para el ejercicio de su industria.

Luego, la Constitución de 1823 reconoció como peruanos a los naturalizados en el país o por carta de naturaleza o por vecindad de cinco años ganada según ley en cualquier lugar de la República. No podía naturalizarse peruano el extranjero que se dedicara al comercio de esclavos (Basadre 1969, I).

La Constitución Vitalicia de Bolívar (1826) incluyó entre los peruanos a los extranjeros que obtuvieran carta de naturaleza o contasen con tres años de vecindad en el país. Eran ciudadanos también los extranjeros casados con peruana que supieran leer y escribir y tuvieran empleo o industria o profesasen una ciencia o arte. Años más tarde, en su corto período de gobierno, el general Salaverry publicó, en 1835, un inusual decreto supremo en el que se declaraba que: “todo individuo de cualquier punto del globo era ciudadano del Perú desde el momento en que pisando su territorio, quisiera inscribirse en el Registro cívico” (citado por Arona 1971: 49); solamente se excluía a los que no ejercían industria alguna.

A pesar de estos intentos legislativos, la llegada de los inmigrantes no fue producto de estas facilidades jurídicas. Se trató de una reducida inmigración espontánea, que se fue incrementando a medida que las condiciones económicas del país permitían el desarrollo de actividades comerciales independientes (Bonfiglio 1994). Los que ingresaron lo hicieron al margen de la la legislación porque “las reiteradas disposiciones constitucionales, legales y administrativas para asimilar a los extranjeros útiles al quehacer nacional dentro de la comunidad peruana, quedaron, como tantas otras de la época, en el plano de la teoría. Sobre todo en relación con el comercio, se fueron formando y desarrollando las colonias de súbditos de otros países, ajenas a esta comunidad.

Su número, pequeño en sí, poco a poco alcanzó mayor importancia y, sin penetrar en el más alto estrato social todavía, los extranjeros comenzaron, silenciosamente, a tomar posiciones en la vida económica del país” (Basadre 1969, I: 231). Se trataba de miembros de la burguesía europea, es decir, de gente vinculada al comercio y que venía en representación de casas comerciales exportadoras. A partir de la década de 1820 unos arriban para probar mercados americanos, muchos con carácter transitorio, pero en otros casos formaron uniones estables con mujeres peruanas, radicándose en el país definitivamente.


LOS INGLESES

Por tomar un ejemplo, en 1824 había solamente 240 ingleses residentes en Lima; 20 casas comerciales de esa nacionalidad en Lima y 16 en Arequipa, número que fue disminuyendo durante los primeros años republicanos. Los comerciantes ingleses quedaron desalentados ante el panorama caótico, excepto aquellas casas comerciales con experiencia y solidez previas, como las firmas Gibbs e hijos, Crawley S. Co., Alsop S. Co., Templeman y Bergmann, Huth Crunning S. Co., y otras. En 1838 los ingleses construyeron su cementerio en Bellavista por un costo de 11 mil pesos.

Según Basadre (1969, II), los franceses se dedicaban a la venta de joyas y artículos femeninos, eran sastres y peluqueros.

De otro lado, los italianos junto con los españoles formaban la colonia europea más numerosa. Empezaban con negocios muy humildes hasta reunir importantes fortunas. En el caso de los españoles, muchos se quedaron luego de Ayacucho y los rencores contra su país comenzaron a ser olvidados.

Algunos miembros del ejército realista permanecieron en la sierra como propietarios de haciendas y vivían en total tranquilidad. Lo que definitivamente vino a dar impulso a la inmigración europea fue el despegue de la economía peruana a partir de la década de 1840 con la exportación del guano. El auge de las actividades comerciales fue el principal factor de atracción. La poca presencia de un sector social local para activar el comercio generó una demanda que fue cubierta por europeos.

Hay que tener en cuenta, de otro lado, que el país entraba en una etapa de relativa estabilidad política con Ramón Castilla. A partir de ese momento los mayores ingresos fiscales, como producto del boom guanero, generaron una prosperidad que permitió a los gobiernos activar una mayor presencia diplomática en Europa y elaborar proyectos de colonización.

En este contexto, el 17 de noviembre de 1849 se dio una ley de inmigración que favorecía la introducción de pobladores –de ambos sexos– de diversas partes del mundo. Sus inspiradores esperaron que la mayor parte de ellos vinieran de Europa y se dedicaran a la agricultura (teóricamente sin mano de obra por la decadencia de la esclavitud y su inminente abolición); la ley también establecía recompensas para los empresarios que introducían colonos en el país. Por último, el gobierno peruano ofició a sus cónsules en Europa solicitando la difusión de los incentivos para los colonos que se dirigieran al Perú.

Al final, lo que más se evidenció fue la inmigración forzada de chinos destinados a las plantaciones de la costa; por ello, rápidamente, el dispositivo fue conocido popularmente como la “ley china”.

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LOS PROYECTOS DE COLONIZACIÓN Y SU FRACASO



Bajo el amparo de la ley de 1849, entre 1850 y 1853, fueron introducidos en el Perú casi 4 mil colonos, la mayor parte de ellos chilenos (2 516) y pocos los europeos: 320 irlandeses y 1 096 alemanes, con las primas del caso. Los irlandeses fueron traídos por Juan Gallagher para trabajar en sus fundos del Callao.

LOS ALEMANES

De los alemanes, en cambio, un grupo se empleó como domésticos y artesanos en Lima; el resto partió a la zona de la ceja de selva (Tarapoto y Moyobamba). Como afirma Margarita Guerra: “durante muchos años se empleó el sistema de contratistas como nexo con los países de donde vendrían los colonos, experiencia que no trajo mayores beneficios, antes bien, fueron los que en la mayoría de los casos contribuyeron al desprestigio del Perú como país de destino” (1994, VII: 303).

En efecto, en 1853 fueron mandadas dos expediciones de alemanes para formar una colonia en la montaña. Mucho dinero se gastó en ellas pues no había caminos de penetración para llegar a zonas tan alejadas.

Antonio Raimondi refiere que “estos colonos salieron de Lima para Cerro de Pasco de donde pasaron a Huánuco; después marchando a pie hasta Tingo María y bajando por el río Huallaga, se introdujeron en Tarapoto y en Moyobamba.


Imagínese ahora los trabajos que habrán pasado solamente en el camino de Lima al Cerro hombres que nunca tal vez habían montado un caballo y atravesar la encumbrada cordillera sin tener la menor idea de que en el Perú hay lugares más fríos que los de Europa de donde venían. Después de esta primera prueba, marchar a pie por caminos muy escabrosos, bajar el Huallaga en todos sus peligrosos malos pasos, en pequeñas embarcaciones que se voltean al menor movimiento, sufriendo mil privaciones, no hallando sino plátanos por alimento, expuestos a las fuertes lluvias y continuamente atacados por los murciélagos, los mosquitos y los zancudos... Esto es lo que ha sucedido con las expediciones enviadas en 1853 de las que sólo tres o cuatro individuos llegaron a Moyobamba” (citado por Basadre 1969, III: 325).

No es difícil deducir el fracaso de este primer intento de colonización en la selva. El promotor de ella, José Antolín Rodulfo, fue atacado por este infeliz intento. Por su parte, el cónsul alemán en Lima reclamó al gobierno por los maltratos a sus connacionales.

Finalmente, el gobierno de Echenique dejó sin efecto la ley de 1849 el 19 de noviembre de 1853 por no haber “correspondido a los deseos de la nación”. En 1855, durante la segunda administración de Castilla se otorgó al ciudadano peruano Manuel Ijurra y al empresario alemán Damián Schütz, una concesión para introducir colonos alemanes a la selva, pagándoles una prima de 30 pesos por cada uno.

El contrato se cumplió cuando el 20 de junio de 1857 llegaron al Callao, a bordo de la fragata belga “Norton”, varias familias católicas provenientes de Innsbruck (Tirol) y de la región del Rhin. Eran unas 257 personas, aproximadamente, que en julio de 1859, luego de una penosa travesía, quedaron instaladas en las confluencias de los ríos Pozuzo y Huancabamba. En junio de 1860, el prefecto de Junín, coronel Bernardo Bermúdez, informaba al gobierno “que la colonia alemana se hallaba en pie floreciente con respecto a sus producciones, y al mismo tiempo en estado de desnudez por la incomunicación en que habían permanecido más de seis meses por haberse obstruido los caminos con las muchas lluvias” (citado por Arona 1971: 58).

Sin embargo, como el prefecto también subrayaba con satisfacción los progresos agrícolas de la colonia en tan poco tiempo (abundante producción de arroz, caña dulce, yuca, coca y café), el gobierno decidió suspenderle la remesa de mil pesos con que la atendía. Desde ese momento, la colonia fue dejada a su suerte en medio del oceáno de la selva amazónica.

Así se iniciaba la historia de la famosa colonia alemana de Pozuzo.
Su población recreó las costumbres de la madre patria y edificó unas cien casas de madera sobre cimientos de piedra.

Una vista de la colonia alemana del Pozuzo cuyos miembros se establecieron en la zona desde 1857, alentados por la ley de inmigración dada en 1849 por el gobierno peruano.

Según Basadre (1969, IV) y Arona (1971) la colonia siempre se caracterizó por su aseo y orden. Las costumbres de sus habitantes tenían un alto grado de moralidad y “mientras los hombres cultivaban sus terrenos, las mujeres atendían al cuidado de la casa y a los quehaceres domésticos, llevando todos una vida activa y sencilla. La población, regida por una corporación municipal, llegaba a 500 personas más o menos, entre hombres y mujeres, cuando Schütz describió a esta colonia en un texto sobre el Amazonas publicado en Friburgo en 1883. El párroco católico José Egg, que vivió en la colonia del Pozuzo desde los primeros días, hizo por ella durante muchos años más que ninguna otra persona, con su caridad, su abnegación, su prudencia y su laboriosidad. Sirvió no sólo como sacerdote sino como médico, consejero y conductor” (Basadre 1969, IV: 376).

En efecto, en 1880 la colonia contaba con poco más de 500 habitantes: 299 hombres y 266 mujeres.

Estos colonos llegaron a utilizar mano de obra de las tribus nativas, pero sin mezclarse socialmente con ellas. Durante décadas se mantuvieron como un grupo cerrado en la región.


TRABAJADORES VASCOS

Otra inmigración importante, y que muchos problemas trajo al país, fue la de los trabajadores vascos, traídos por el contratista Ramón Azcárate, para la hacienda “Talambo” en Lambayeque. En 1860 debieron venir 10 mil vascos, pero escasamente se recibieron unas 58 familias (330 colonos) para esta hacienda norteña de propiedad de Manuel Salcedo. Teóricamente los contratos eran por 8 años de trabajo, los dos primeros por cuenta de los empresarios quienes debían suministrarles animales e instrumentos de labranza. El salario mensual era de un peso de plata a los menores de 12 años y de dos pesos a los mayores. Sin embargo, a los tres años de trabajo se produjeron graves incidentes entre el hacendado y los vascos (4 de agosto de 1864), Que culminaron con la muerte de algunos peruanos y vascos y la intervención de la Escuadra Española en las islas de Chincha.


TRABAJADORES IRLANDESES Y POLINESIOS

De otro lado, en 1859 debieron llegar 25 mil colonos irlandeses pero solamente arribaron alrededor de 100 que, finalmente, se quedaron en Lima al no ver mayores oportunidades en el trabajo agrícola de la costa. Una ley de 1861 permitió a J.C. Bryne traer trabajadores polinesios de ambos sexos para la agricultura y el trabajo doméstico.

Sin embargo, con ellos también se cometió abusos como en el caso de los coolíes, ocasionando la protesta de los encargados de negocios de Hawaii y Francia. Por ello, en 1862 se crearon unas comisiones encargadas de evitar los excesos, pero al fracasar, el 28 de abril de 1863 el ministro de gobierno Ramón Freyre prohibió, definitivamente, el tráfico y se tuvo que repatriar a muchos polinesios (Guerra 1994, VII).

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LA INMIGRACIÓN EN LAS CIUDADES

En 1857, Manuel Atanasio Fuentes en su Estadística de Lima, calculaba de la siguiente manera la población de europeos en Lima. Mirar recuadro.

LOS ITALIANOS

Como se puede apreciar, la colonia europea más importante fue la italiana; fue, de otro lado, la más representativa por cuanto grafica con su asentamiento o inserción las características generales de la inmigración europea en el Perú. Su importancia se da tanto a nivel numérico como en términos de impacto y asimilación al interior de la sociedad peruana; si bien no logró los niveles cuantitativos de otros países latinoamericanos (Brasil, Uruguay y Argentina), fue la colonia más numerosa hasta inicios de siglo alcanzando un total de 13 mil individuos en 1906.

Ya en 1850 había más de 2 mil italianos en todo el país. La mayor parte de ellos llegaba de la región ribereña al este de Génova (Liguria) donde se encuentran numerosos puertos pequeños que durante el siglo pasado tuvieron una intensa actividad marítima y de industria de astilleros: Nervi, Recco, Sori, Camogli, Santa Margherita, Rapallo, Zoagli, Chiavari, Lavagna, Sestri Levante y Moneglia, entre otros.

Europeos Residentes en Lima, 1857


Actualmente, todas estas poblaciones pertenecen a la provincia de Génova; sin embargo, en el siglo pasado pertenecían a la provincia de Chiavari, que en 1922 pasó a formar parte de la de Génova. Por ello, “muchos lígures que llegaron al Perú declaraban ser chiavareses, cuando en realidad provenían de poblaciones cercanas a Chiavari, que en esa época era la capital de provincia. También llegaron inmigrantes desde la provincia de La Spezia (al este de Génova), tanto desde la capital provincial como de las poblaciones ribereñas de Deiva, Levanto y Lerici” (Bonfiglio 1994: 50). Muy pocos fueron los que llegaron desde otras zonas de Italia.

El predominio lígure de estos inmigrantes (los “pioneros”), portadores de una “cultura del trabajo”, demostró para el caso peruano una gran vocación por las actividades comerciales. Esto se explica porque en el Perú de la época del guano no había una gran demanda de sectores sociales que pudiesen llenar el vacío producido por la ausencia de pequeños empresarios. Por su parte, Italia ofrecía una capa de marinos y comerciantes en búsqueda de oportunidades. La inserción mercantil de los italianos se dio inicialmente con el comercio de cabotaje (transporte marítimo entre puertos menores del Pacífico sur), y asentándose como pequeños comerciantes en las principales ciudades y puertos de la costa peruana; no faltaron aquellos que se dedicaron a labores artesanales y agrícolas. Luego de este primer período de inserción, fue destacándose un grupo de ricos comerciantes dedicados al comercio marítimo, que formó la elite económica y dirigencial de la colonia italiana. Muchos de éstos se transformaron de “capitanes de barcos” en “capitanes de empresa” (Bonfiglio 1994).

Antes de la guerra con Chile, los italianos habían consolidado una importante posición en la economía y sociedad peruanas. Personajes como Giuseppe Canevaro, Pietro Denegri, Bartolomeo Figari; o apellidos como Costa, Marcone, Nateri, Patrone y Natieri, entre otros, todos dedicados al comercio, y Andrés y Rafael Larco, Dominico Francesco Angellini y los hermanos Gradelia, dedicados a la agricultura.

La crisis por la guerra del Pacífico ocasionó una tendencia hacia la disminución de la presencia de italianos en la sociedad peruana, así como de otros inmigrantes europeos, a pesar de la propaganda civilista por atraerlos (el Estado llegó a crear la Dirección de Inmigración, Colonización y Terrenos de Montaña en el Ministerio de Fomento y Obras Públicas, donde se determinaba el tipo de beneficios que podía otorgarse a los inmigrantes como subsidios, tierras y asistencia médica).

Además, el mercado de trabajo moderno era inexistente y el trabajo agrícola no era asalariado sino sujeto a formas de explotación tradicionales. Sólo pudieron llegar aquellos inmigrantes que podían generar su propio empleo; ya no hubo un “flujo masivo”, coyuntura que se prolongó hasta la primera guerra mundial.

Sin embargo, a pesar del poco número de inmigrantes, fue importante el “efecto demostrador” de los europeos en la sociedad peruana: “las técnicas empresariales de extranjeros influyeron sobre los miembros dirigentes de la clase alta peruana, tanto por los extremadamente buenos resultados alcanzados por los negocios de extranjeros en el Perú, a pesar de la depresión económica de la posguerra, como por su exitosa competitividad sobre firmas nativas tradicionales.

La correspondencia cruzada entre ejecutivos de corporaciones extranjeras en crecimiento y algunos peruanos notables, revela una toma de conciencia sobre la necesidad de mejorar métodos empresariales por parte de los nacionales” (Quiroz 1986: 79).


Europeos residentes en el Perú entre 1876 y 1940

Es evidente que los inmigrantes europeos en el Perú cumplieron –y cumplen– un papel muy distinto al que llevaron a cabo en otros países americanos. En Brasil y Argentina la inmigración europea se encuentra relacionada al trabajo agrícola y la proletarización. Para el caso peruano, las actividades a las que se dedicaron estuvieron asociadas al sector comercial-empresarial y a determinado desarrollo político.

Esto explica en parte por qué la inmigración europea al Perú no se dio como fenómeno masivo. El censo de 1940 señala una población europea de 13 617 individuos en contraposición con los 4 431 000 inmigrantes que entraron al Brasil y los 6 405 000 correspondientes a la Argentina entre los años 1821-1932 (Marcone 1991).

El Perú no ofrecía una inmigración masiva de mano de obra libre:

un obrero o un campesino europeo no hacían el viaje de inmigración para recibir menos por su fuerza de trabajo de lo que recibían en sus países de origen.

Las condiciones serviles y los bajos salarios que por mano de obra se daban en el Perú incapacitaron al país para recibir grandes flujos migratorios europeos.

En otros países americanos, con escasa población indígena, la abolición de la esclavitud y la introducción de nuevos cultivos y actividades económicas originaron la aparición de fuerza de trabajo asalariada europea.

Como se mencionó anteriormente, las colonias europeas más importantes fueron las de los franceses, ingleses, alemanes, españoles e italianos.



Para el año 1876 encontramos que del total de inmigrantes europeos, los individuos de estas colonias constituían el 90,6% y para 1940, el 76,6%.

De otro lado, la inserción de estos inmigrantes europeos se realizó en base a sus actividades económicas y la relación de éstas con las respectivas comunidades de procedencia: tuvieron una influencia decisiva e indiscutible en el origen y desarrollo de la industria nacional.

Sin embargo, su participación en el proceso fue diferente según la zona de Europa de la que provinieron:

por ejemplo, los ingleses y alemanes llegaron a través de casas comerciales extranjeras en pleno proceso de expansión, de las cuales eran empleados o asociados, y su influencia se dejó sentir en la equitación, las carreras de caballos (el Jockey Club de Lima en 1895 y el hipódromo de Santa Beatriz en 1903), la afición al golf, al tenis (Club Lawn Tennis de la Exposición en 1884), al automovilismo (el Touring Club Peruano en 1924) y al fútbol, y a los clubes privados (como el Country Club, que José Diez Canseco tomaría como escenario de su novela Duque).

En 1920 en Lima figuraban cerca de 20 mil extranjeros, de los cuales sólo menos de mil eran ingleses.


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LOS FRANCESES

Los franceses influyeron en la moda de la elite limeña: el viajero Raúl Walle no dejó de observar que la ambición más alta de una limeña era vestirse a la moda de París.

Mientras tanto, los italianos y españoles llegaban al país como independientes por medio de estrategias de “inserción familiar o paisana”, mediante la cual los primeros inmigrantes “llaman” a sus familiares y paisanos luego de un período de ambientación local (Bonfiglio 1994).

Dicha modalidad les permitió –italianos y españoles– una adaptación cultural más profunda que aquella a la que podían tener acceso los inmigrantes asociados a casas comerciales extranjeras.

Habría que recordar que la imagen del italiano estaba relacionada con el rol del pequeño comerciante o bodeguero, generalmente un “pulpero”, que en el argot popular peruano recibió el mote de “bachiche”, término que tuvo una connotación especial, y que en el fondo era una forma de recordar al inmigrante cuál era su origen.

El pertenecer a un mismo círculo o región y el tomar conciencia de su condición de minoría étnica llevó a los inmigrantes a desarrollar una suerte de frente común expresado en la organización de colonias (Marcone 1992).

Las colonias estaban formadas por un conjunto de instituciones y servicios que buscaban la ayuda mutua entre connnacionales, tanto a nivel financiero como moral, para enfrentar la azarosa vida política del Perú.

El sentimiento de solidaridad y seguridad que daban las colonias fue especialmente importante para los inmigrantes de menor fortuna que no habían logrado el éxito económico y para los recién llegados que trataban de abrirse camino en el medio peruano.

Por último, las colonias permitieron la asimilación de estos grupos extranjeros debido a que funcionaban como una transición a la incorporación total y definitiva del inmigrante. Pero las mencionadas no fueron las únicas inmigraciones.



LOS ÁRABES, JUDÍOS, CHECOS, YUGOSLAVOS, RUSOS, POLACOS, AUSTRIACOS Y HÚNGAROS

Entre 1900 y 1950 también llegaron árabes, judíos (en 1948 había casi 3 mil judíos que, desde 1900, habían llegado principalmente de Rumania, Polonia, Rusia y los Estados Unidos), checos, yugoslavos, rusos (a la colonia de Tambopata y las de Ayacucho durante el “Oncenio”), polacos (al río Tambo, también durante el “Oncenio”), austríacos (a las tierras irrigadas de la Esperanza en Chancay) y húngaros, entre otros de toda condición que contribuyeron al desarrollo económico del país

En 1929, durante su mensaje al Congreso, Leguía se jactó de haber asegurado la venida al país de 14 285 europeos de distintas nacionalidades (Basadre 1969, XIII: 251). La fábrica de calzado Bata, por ejemplo, concentró a muchos inmigrantes checos, así como la firma Hartinger, mientras que buena parte del comercio e industria de panadería y pastelería fue cubierta, en primer lugar, por italianos (Tubino, Zuccarello, Messina) y luego por franceses (Botica Francesa).

La principal y primera fábrica de helados fue también italiana: D’Onofrio.

Por último, pueden también mencionarse los yugoslavos de Oxapampa que arribaron luego de la segunda guerra mundial.


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+++ Programa Online de Capacitación en Frankfurt am Main:  "Recordando Nuestra Historia".  En este capítulo: La inmigración en el Perú +++

   
 
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